En esta nueva entrega de nuestro James Bond rubio y mazas hay más tela que cortar que en cualquier otro Bond de estos celebradísimos cincuenta años. Empalma con los restos que nos dejó en Casino Royal, cicatrizando la herida de amor abierta en y todavía no cerrada en Quantum of Solace, y nuestro Bond sigue volcando toda su oculta sentimentalidad en el personaje de M, que cada vez adquiere más rango de coprotagonista; es casi una historia paralela dentro de la misma película, en una relación casi maternofilial. Inesperadamente, el villano de turno, el sobrevaloradísimo Bardem, tan amanerado como repetitivo ¿le siliconaron la cara en "No es país para viejos" y no han podido quitarsela después? también echa el lazo a M... y hasta aquí puedo escribir sobre el tema... Se entra además en las profundidades de Bond como nunca se había hecho, incluso a su infancia. Y finalmente la tradición se impone sobre la osadía y, al margen de las excelentes secuencias de acción de rigor, reflota nuevamente el humor (autoparódico en el caso de Q). En definitiva, un 007 más humano al que nos enseñan más por dentro que nunca y un cada vez mayor giro al personaje desendureciendolo... es lo único que no acabo de ver claro, porque a este paso van a acabar convirtiendo a nuestro 007 en una especie de Hugh Grant. Diossssss noooooooo
Nota: 8 sobre 10
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