No, no y no... ¡no puedo con mi vida! ¿cómo puede el director de Gomorra hacer semejante mojón? Es una historia de patio de vecinos italiano, del sur más concretamente... muy a la española pero con su estilo italiano, en plan melodrama con tintes cómicos en el que un pescadero (no precisamente un Antonio Recio, mayorsita no limpia pescado) fija su alma, su filosofía de vida y su religión en base a la TV, todo en tono menor, de estar por casa, una casa dominada por la televisión, donde la tele ocupa el lugar que, quizá, siglos antes, en la antigua Roma, hubieran ocupado los dioses familiares, esos a los que encomendarse y a los que rezar. La tele, sí, como la nueva religión buscada en Gran Hermano ¿os suena de algo?. Aborda el retrato despiadado de un hombre ridículo poseído por la religión de la tele, un santo loco que busca la verdad en Gran Hermano. Más que una crítica; es una meditación, cada vez más irreal sobre la promesa de un nuevo paraíso; un cielo televisivo hecho de mujeres ociosas y de tíos que se rascan los huevos en el sofá babeando ante programas llenos de gente zafia sin cerebro pero con el tirón de la mala baba y la miseria humana.
Cuidado los adictos a Slavame, Gran Hermano, La Voz, OT y demás mierdas catódicas que lo mismo les da por pensar y sufrir un derrame en el el cine...
Lo peor de todo es que el actor es un preso condenado a cadena perpetua por varios asesinatos... ¿no había actores para hacer el papel que han tenido que pagar a un tipo así? ¿qué pensarán las familias de las víctimas? Bueno al menos supongo que se ahorraran el trago de pagar por ver este pastel...
Nota: 4 sobre 10
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