En vez de en un cine, hay momentos que parece que te encuntras en una iglesia, una mezquita, un templo hindú, un centro de autoayuda holística, nueva era o a saber qué otra zarandaja balsámica y almohadilladora de nuestra pobre existencia, porque vamos, que manera de soltar mensajitos flowerpower envueltos en excepcionales efectos especiales y visuales a gogó...
Vamos, un zumo de fresitas dulzonas con presupuesto... Ang Lee, un grande desde luego, vuelve a lograr lo que parece ya más que confrmado que resulta su gran especialidad: extraer el máximo partido sensitivo y visual a una materia prima que, de otro modo, muchos no hubiéramos tragado ni atados. Salpicada de instantes que ensanchan retinas y descuelgan mandíbulas, hito de la imagen como conexión de maravillas e imaginación, estamos ante una obra que pretende invitarnos a creer explotando nuestros sentidos de la vista y el oido.
Sin duda le caerán premios Oscar este año, otra cosa es la disposición lavamentes del conjunto que no me acaba de convencer...
Nota: 7 sobre 10
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